jueves, 10 de junio de 2010

Las joyas de la corona

El otro día ví en el CCCB Atopía. Arte y Ciudad en el siglo XXI una expo que giraba en torno al concepto de atopía, que quiere decir literalmente, a-topos, “sin lugar”, “desubicado”, pero que también tiene un significado médico, que define la tendencia genética de ciertas personas a padecer alergia a sustancias inocuas para la mayoría de la población.

Atopía, por tanto, pretendía reflejar el sentimiento de alienación de la persona durante la primera década del siglo XXI; una alienación que difiere de las fantasmagorías opresoras retratadas por Kafka, puesto que ahora se halla vinculada a un padecimiento íntimo producido por la incapacidad para encontrar el espacio propio en un mundo global que fascina y repele al mismo tiempo y que está immerso en una vorágine consumista que engulle en su espectacularidad vacua y fastuosa.

En uno de los ámbitos de la expo, La ciudad sin habitante, se presentaba una realidad abrumada por la fisicalidad de los espacios, en la que los objetos, las formas arquitectónicas, asumen el protagonismo e integran a los seres humanos como puros elementos decorativos. Una de las obras que me llamó poderosamente la atención fue la de Carlos Garaicoa. Se trataba de deliciosas y complejísimas joyas en plata pura, muy pequeñitas, con formas que no ví bien hasta que prácticamente estaba encima de las vitrinas que las albergaban: las joyas realizadas con aquel primor y perfección eran reproducciones en miniatura del Estadio de Chile, la KGB, la Stasi, la Base Naval de Guantánamo y el Pentágono, entre otros emblemas del totalitarismo. Así que las joyas, a priori delicadas, hermosas, símbolo usado en medio mundo para demostrar el amor, habían tomado de repente un significado completamente distinto y con ellas se hablaba del horror en estado puro. Eran edificios consagrados a la represión, a la tortura y a la muerte. El simbolo del amor se había convertido de repente, delante de mis ojos y con sólo avanzar unos pasos, en símbolo del horror, pero seguía siendo tan bello, tan puro formalmente que parecía como que dentro de esos edificios espectaculares, dotados del brillo intenso que les otorgaba la plata, no podía haber sucedido nunca nada macabro. Ese vuelco repentino de significado, mental y emocional al que nos obliga el autor, Carlos Garaicoa, es maquiavélico pero efectivo. Aún hoy, semanas después, sigo dando vueltas a esta obra y a como lo más bello se puede transformar al momento siguiente en horripilante.




3 comentarios:

Wunderkammer dijo...

Qué interesante que una joya, con todo lo que como objeto conlleva y simboliza, de lujo, ostentación y demás; se convierta en una obra de arte y más aún, en una obra de arte que te haga pensar...sobre ese tema.
Un abrazo y gracias por tu comentario en mi blog

maba dijo...

es toda una paradoja la que plantea el autor...

muchas gracias por acercarnos la expo..y tus impresiones

besos

formentera dijo...

Hola chic@s! Ciertamente, fue interesante pero salí de la expo atópica total, la próxima la escogeré más lúdico-festiva para que levante un poco el ánimo. Gracias por visitarme de nuevo. Espero quetengais una remagnífica semana. Muakiss!