Nos dirigíamos al gastropub favorito de MGM&Javivi. La mañana había sido entretenida. Atravesamos Hyde Park en dirección a Belgravia. Parada en la Serpentine Gallery que -cómo no- estaba cerrada por cambio de exposición. En el Victoria&Albert vimos una expo aceptable comisariada por Lady Foster -la-antes-llamada-Dra.-Helena-Ochoa-hablemos-de-sexo, sobre libros de artista. De allí hacia Harrod's, donde hicimos un breve alto para admirar su sección de comida y a tomar el metro para ir al Eagle Gastropub. Cielossssanto, quién nos hubiera dicho entonces que la llegada hasta el pub sería tan surrealista. Mr. Átomos paró y desalojó él solito el metro. Pocas personas pueden decir que hayan hecho tamaña gesta. Y cuando digo que paró el metro de Londres quiero decir l-i-t-e-r-a-l-m-e-n-t-e. Se le quedó la mochila de A. (donde llevamos su comida, pañales, mudas, biberones y artefactos de bebé varios) fuera del vagón. El metro corrió unos kilómetros hasta que supongo que el sistema central detectó que una puerta no estaba cerrada -si hubiera sido una parte de su cuerpo estaríamos haciendo un funeral por ella- y se paró. Un rato más tarde llegaron los maquinistas, un par de hombretones parapechados en uniformes imponentes y cargados de herramientas futuristas que tardaron cierto tiempo porque la mala suerte quiso que encima estuviéramos en el último vagón. Calibraron la situación y después de mascullar un "incredible" pusieron un pie en la puerta semicerrada y tiraron de la mochila con todas sus fuerzas, sin usar, por supuesto, aquellas herramientas que parecían tan útiles, por sofisticadas, hasta que la metieron en el vagón. Nunca agradeceré lo suficiente a los amigos de Mr. Átomos que nos regalaran una babybjorn calidad nórdica, porque si no, también estariamos asistiendo a su funeral. Milagrosamente la mochila sólo se rompió un poquito del asa y nos ha acompañado orgullosa ella y agradecidos nosotros, todo el viaje. Una vez la mochila a salvo y los maquinistas en sus puestos, y a salvo también Mr. Átomos de lo que a todas luces hubiera sido un linchamiento en toda regla en España por parte de los usuarios del metro, el destino quiso que ahí no se acabara la odisea y que la megafonía informara que debido al percance mochilero el sistema eléctrico del tren se hubiera vuelto loco y el pasaje enterito tuviera que desalojarlo. Así que ya nos ves, a MGM y a mí con A. en los brazos haciendo como que no conocíamos a Mr. Átomos y a Javivi, que iban juntos pero relativamente lejos de nosotros, bajando dignísimos del vagón a la espera de que pasara otro, junto con los cientos de usuarios afectados. Así las cosas es comprensible que llegáramos a The Eagle Gastropub bastante afectados. Suerte que el lugar era de un buen rollo contagioso y ayudó a que nos fuéramos relajando poquito a poco, como en la canción de Facto de la Fe. Quiero desde aquí, pese a todo, romper una lanza en favor de mi adorado Mr. Átomos, ya que tiene unos dones para mí imprescindibles y para los que la naturaleza me ha pasado cruelmente de largo, verbigracia: es el mejor organizador de maletas del mundo y hace unas comiditas para chuparse los dedos demostrando una imaginación y un ingenio en la mezcla de sabores propias de un chef en el mejor restaurante de Tokio (ja!).
A lo que íbamos: comimos en The Eagle Gastropub (159 Farringdon Road, EC1R 3AL). Es un lugar encantador en una zona hasta ahora industrial lleno de periodistas del cercano The Guardian. Lo lleva gente joven y, exceptuando las judías, que estaban a todas luces poco hechas, la comida es deliciosa. Cuando pedimos los cafés nos trajeron una cafetera -como las que han usado toda la vida nuestros padres, para entendernos- y nos servimos hasta que se acabó. Pequeños detalles que hacen que la vida sea deliciosa. Entre la bondad del lugar, las cervecitas dobles -ellos, yo agüita buena y cuatro sorbos a las de los demás que ya me hacen el efecto- y el tabaco de liar que se les sube a la cabeza -porque yo tampoco fumo y mis capañas anti tabaco no dan resultados duraderos-, salimos de allí la mar de risueños y en paz con la vida.
A lo que íbamos: comimos en The Eagle Gastropub (159 Farringdon Road, EC1R 3AL). Es un lugar encantador en una zona hasta ahora industrial lleno de periodistas del cercano The Guardian. Lo lleva gente joven y, exceptuando las judías, que estaban a todas luces poco hechas, la comida es deliciosa. Cuando pedimos los cafés nos trajeron una cafetera -como las que han usado toda la vida nuestros padres, para entendernos- y nos servimos hasta que se acabó. Pequeños detalles que hacen que la vida sea deliciosa. Entre la bondad del lugar, las cervecitas dobles -ellos, yo agüita buena y cuatro sorbos a las de los demás que ya me hacen el efecto- y el tabaco de liar que se les sube a la cabeza -porque yo tampoco fumo y mis capañas anti tabaco no dan resultados duraderos-, salimos de allí la mar de risueños y en paz con la vida.
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