martes, 15 de julio de 2008

Gigaedro gatuno


Adoro los gatos. He tenido gatos en casa desde que me independicé y hasta que nació A., así que éso son muchos años. No fue algo deseado sino que pasó. La primera llegó de penalti. Mi amiga Fontein nos regaló una linda gatita, que todavía vive a sus muy bien llevados dieciocho años en casa de los padres de mi ex, y me robó el corazón. Tricky (le pusimos ese nombre en honor al cantante de Bristol) era tan pero que tan cariñosa que cuando me ponía a trabajar en el ordenador se sentaba en las teclas y no me dejaba hacer nada. Aunque la sacara de allí mil veces, mil veces que ella se espachurraba cual larga era por todo el teclado y ronroneaba de puritito placer. Luego vinieron Lulú, Güí y Semuá. Cuando nacieron pensaba que Güí era la chica porque era el gato más bello que he visto jamás, y Lulú y Semuà los chicos, pero resultó ser al contrario. Semuá se fue un día y ya no volvió. La buscamos durante semanas por todo el vecindario pero no hubo suerte. Ahí sentí por primera vez el pequeño y profundo desgarro que produce la pérdida de un animal querido. Con Lulú y Güí hemos compartido la vida durante trece años y me han regalado momentos de diversión y ternura maravillosos.

Los gatos sacan lo mejor de un@ mism@. He visto cómo amigos que no habían dado un beso en su vida, al menos en público, dispensan a los felinos unos arrumacos súper rosas y les acuñan unos calificativos que no casan con su imagen, curtida y cuidada durante muchos años, de malos-malotes. Lo dicho, te hacen mejor persona y, si no se les cruza el cable, son muy limpios y hasta cierto punto independientes. Vamos, que te puedes ir hasta cuatro o cinco días por ahí, dejarles bien surtidos de agua y comida, con el caquero limpio, y cuando llegas te los encuentras perfectamente.

Todo el mundo que ha tenido o tiene gatos sabe que lo de que la curiosidad mató al gató no es sólo una frase. Les encantan tres cosas -a parte de dormir y perrear-, más que nada en el mundo y que son: 1. jugar, 2. descubrir y 3. esconderse, por éso este juego de los Radi Designers es para ellos lo que una ludoteca bien surtidita de juguetes mágicos para un peque. Sushi, Lucky o Mishu o como quiera que se llame nuestro gato entra en esta especie de refugio desde donde puede contemplar el exterior por los agujeritos que hay en todas sus caras, y reaccionar así, escondido, a lo que pasa a su alrededor. Y lo más de lo más: si al gatito le da por moverse el gigaedro se pone a rodar y rodar y la diversión se multiplica por ene.

BSO: Memory - Cats

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