jueves, 24 de julio de 2008

Píldoras felices


Sí, lo reconozco. Tengo una adicción incontrolable por las gominolas. Me gustan todas. Y aunque sé que son nocivas para la salud y provienen casi del petróleo, porque no dejan de ser gomas comestibles cargadas de colorantes y conservantes, es uno de mis vicios crónicos y no resueltos. Me gusta todo de las chuches, desde los chillones colores pop, hasta sus formas de comida diminuta como de juguete, sus texturas suaves y elásticas al paladar y, sobre todo, su olor.

Cuando A. tenía tres o cuatro meses y yo todavía podía darme el lujo de estar a full con él íbamos a la piscina una vez a la semana. Él se lo pasaba en grande y yo me sentía orgullosísima de que fuera el único bebé que no sólo no lloraba al contacto con el agua, sino que se lo pasaba en grande haciendo cabriolas. La más espectacular era cuando la monitora y yo nos poníamos a un metro y medio de distancia dentro del agua, lo sumergía previo beso en la mejilla y él buceaba hasta encontrarme y emergía entre risas y toses. A esa edad todavía tienen el instinto que han desarrollado viviendo entre líquido amniótico y pueden estar surmegidos sin peligro unos segundos. Me quedé impresionada con la experiencia.

Lo bueno de ir a la piscina, pensaba yo, a parte de pasar un rato precioso con mi bebé, es que me ayudaría a recuperar las formas ante-embarazo, con lo que la cuadratura del círculo era perfecta. Y éso hubiera sido así si no hubiera habido al ladito del gimnasio una tienda de golosinas bien surtida. Pasar a su lado y empezar a salivar con sus efluvios era todo uno, así que entrar y atiborrarme con una bolsa enorme de gominolas se convirtió en una tradición, con lo que mi línea continuó siendo curva pero yo, feliz, al menos mientras duraba la experiencia, que solían ser unos 5 minutos, no más.

Digo ésto porque en Barcelona han aprovechado un pasillo (literalmente) para abrir una tienda de gominolas con mucha idea e ingenio por parte de la gente que se ha cuidado del
interiorismo y del diseño gráfico. Ingenio del interiorismo para poder abrir al público un espacio de metro y medio de ancho por, calculo, cinco de largo, e ingenio del diseño gráfico que ha sabido jugar con la adicción que creean esos azúcares engominados creando un packaging en formato medicina. Si te encuentras deprimid@ puedes comprar un bote de 3€ y si la cosas pinta realmente mal, atiborrarte con un botiquín entero de 10€. Pequeñas soluciones para grandes males.

Os deseo un día con sabor a cerezas!

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